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lunes, 23 de mayo de 2011

El largo adiós

El detective Philip Marlowe entabla una breve amistad con Terry Lennox, millonario consorte y veterano de guerra. La frágil naturaleza existencial de Lennox hace que enseguida Marlowe sienta simpatía por él. Es por ello que el sabueso le ayuda a llegar a la frontera, desde donde Lennox tiene la intención de recuperar su vida lejos del entorno de su acaudalada mujer.  La cosa se complica cuando la esposa de Lennox aparece brutalmente asesinada en el domicilio conyugal. Marlowe se ve implicado como sospechoso y cómplice del crimen, pero está firmemente convencido de que Terry Lennox no tiene nada que ver en este sucio asunto. 


el largo adios
¿O si lo está? Porque ésa es la pregunta que continuamente se hace Marlowe durante toda la novela, a pesar de que a mitad de sus paginas la policía haya resuelto el caso con la aparición de otro cadáver. Porque como se suele decir, un clavo saca otro clavo.
Se siente engañado…pero no lo quiere ni pensar. ¿Es posible que me la hayan colado? La incertidumbre le embarga, incluso cuando inmediatamente después accede a tomar las riendas de un nuevo trabajo: localizar a un popular novelista con problemas de alcoholismo desaparecido en extrañas circunstancias. Un encargo que le hacen los responsables de la editorial para la cual escribe el sujeto en cuestión, ansiosos por publicar su último trabajo. Naturalmente, la mujer del novelista es otra de las partes interesadas en que aparezca el literato, y por supuesto es el personaje reclamo para que Marlowe acceda finalmente: una mujer que enamora a primera vista y por la cual el detective se siente atraído, siempre guardando las distancias.
Desde el momento en el que se implica, Marlowe se introduce una vez más en una espiral de agentes corruptos, mafiosos, personajes esperpénticos -que bien pudieran formar parte de alguna que otra película de David Lynch-, mujeres adineradas, caprichosas y fatales, criados recelosos, vecinos con dolor de cuernos e incógnitas que resolver…
En resumen, una historia que contiene todos los ingredientes que la hacen atractiva para iniciarse no sólo en el género negro o noir sino también en el mundo de Raymond Chandler y su alter ego Philip Marlowe. Un mundo que comenzó con El sueño eterno (The big sleep, 1939), encumbrado con Adiós, muñeca (Farewell, my lovely, 1940) y que en esta tercera novela alcanza una madurez tal y como demuestra el cambio de registro y de ambiente que se desprenden de sus líneas. A través ellas saboreamos el dulce perfume de la melancolía, el abatido aroma a desdén y recuerdos que hubiésemos preferido no haber tenido nunca, y el eterno retorno al pasado que se convierte en ese nudo que te agarra la garganta. Y llegado al final – con un impresionante punto de giro de auténtico guión de Hollywood - acudimos a la resolución del enigma de la novela: Terry Lennox.
Por supuesto, el estilo de Chandler edulcora con elegancia y humor una de las mejores novelas del género, trascendiendo más allá de las fronteras del mismo. Si fue Poe el creador de la novela policíaca, Chandler la eleva a la máxima potencia. En palabras del propio editor: «El detective no sólo encarna aquí, una vez más, una honradez y rectitud que, por raras, lindan con la extravagancia, sino que a lo largo del libro, tanto él como el resto de los personajes que se imbrican en la acción, son matizados con una sensibilidad que hace que la novela trascienda de forma indudable de las convenciones del género.»
El largo adiós es más que una novela policiaca. Y es que pocas conmueven tanto como ésta, y tan hondamente. Cuando uno termina de leerla, le agarra ese pellizco agridulce de aquello que podría haber sido y no fue. Una mezcla de sensaciones que le hace a uno reflexionar y llegar una verdad como un templo: somos todo lo que hemos perdido en el camino.